domingo, 13 de noviembre de 2011

THE WIRE: HAY OTRA FORMA DE HACER FICCIÓN


Lo peor de haber abierto un blog es no disponer del tiempo suficiente para atenderlo debidamente. Es decir, con cierta frecuencia y procurando no publicar estupideces. Pero las cosas, a veces, son así. En fin…
Hace poco, alguien muy querido me regaló la caja completa de The Wire, serie que no pude ver en su momento debido, entre otras cosas, a la –por lo menos para mí- dispersa, confusa y caótica difusión dentro de los laberínticos canales de Digital+. Y me está pasando lo mismo con Treme.
Se ha dicho y escrito –todo bueno- de esta excelente ficción estadounidense. Hace poco, hasta el Nobel Vargas Llosa le ha dedicado un artículo (ver). Y, ayer mismo, Babelia publicaba una interesante entrevista con David Simon, creador de la serie, a propósito de la publicación en España de La Esquina (ver), y un entrañable artículo de Carlos Boyero (ver).
Yo solo puedo aportar mi experiencia personal. ¿Y qué decir, tras devorar con reconfortante ansiedad, capítulo a capítulo, sus cinco temporadas en varias sesiones maratonianas? Pues que ha cambiado radicalmente mi mirada sobre el concepto de serie televisiva, y que, en general, ya no aguanto casi nada de lo que la oferta actual me ofrece: ahora todo me parece pueril, vacío, estúpido, archisabido, plagado de trucos y recursos manidos, de diálogos literalmente increíbles, de situaciones inverosímiles, de tramas infantiloides y previsibles que ves venir en seguida, de personajes –por llamarles algo- sin la menor consistencia, de actores patéticos sin el menor registro dramático, de directores a los que todo le vale. Y es que nunca antes me había sentido tan concernido, interesado, implicado, afectado, cómplice, conmovido por una historia y unos personajes –todos- de una calidad dramática sencillamente extraordinaria.

David Simon vino a decir algo así como ‘que le den al espectador medio’ si no pilla nada de lo que se le está contando. O, traducido de otra manera, ‘que se jodan [las cadenas] si quieren historias “para todos los públicos”’. Si la vida urbana contemporánea es compleja, su representación, es decir, la interpretación que la ficción es capaz de hacer de ella, también debe serlo: y en ese territorio, los matices, los silencios, los sobreentendidos, lo sutilmente sugerido, las miradas, los ambientes, las sombras, los gestos, son y deben ser la materia prima narrativa. Yo no puedo estar más de acuerdo con Simon y sus colaboradores ahora que el medio se está banalizando hasta extremos vomitivos en el sentido de que las cadenas comerciales –y sus ‘productos’ de ficción- son meros soportes para los anunciantes: de hecho, los guiones se están planificando, de manera casi enfermiza, para que en sus argumentos quepan ancianos y niños, adolescentes y maduritos, drama y humor, acción y sosiego, gritos y susurros, lágrimas y risas, sexo y violencia, aventura y personajes históricos, realidad y misterio, etc.; un tótum revolútum repugnante, una especie de ‘vale todo’ con tal de llegar a ‘todos los públicos’ y ‘hacer caja’. Cuanta más caja, mejor.

Además, The Wire, a mi juicio, marca una frontera rompiendo en añicos la archimanoseada estructura ‘planteamiento-nudo-desenlace’ de los esquemáticos y atormentados manuales para guionistas que cualquier escuela o facultad, profesor o catedrático, exponen en sus clases o textos académicos para aprendizaje de los futuros profesionales del maravilloso oficio de contar historias en imágenes. Pero ya nada vale a partir de este gran relato audiovisual que es The Wire, exponente rotundo de la vanguardia televisiva más inteligente del nuevo milenio.  


De lo recientemente visto por mi, sin duda salvo de la quema Boardwalk Empire (excepto, para mi propia sorpresa, el primer capítulo, dirigido por el admirado Scorsese: en él, a mi juicio, el genial director de Casino, Goodfellas o The Age of Innocence despliega sus habilidades de realizador ‘de oficio’ con una puesta en escena ramplona, cansina, llena de trampas efectistas que quieren engancharme sin la menor sutileza, como si no tuviera uno juicio ni memoria de todo lo visto en el cine y en la tele a lo largo de los años. El resto de la serie es, no obstante, bastante buena, con un Steve Buscemi para comérselo. Estoy deseando ver la segunda temporada). Por supuesto, he disfrutado viendo Mad Man, Damages, Mildred Pierce. Pero ninguna de ellas, siendo buenas, llega a la altura de The Wire. Me está interesando The Kiling, y me entretienen The Walkin Dead y Fringe. Es una incógnita American Horror Story, pues tras la visión del primer episodio, un tanto alocado, es imposible tener una opinión. 




De las series de nuestra industria de ficción televisiva solo me quedo con Crematorio, que me ha gustado bastante: buena adaptación de la novela de Chirbes, el tono, la puesta en escena. Dos peros: que la sintonía es lamentable, y que la presencia de Alicia Borrachero, actriz a la que siempre parece que le duele el estómago –indigestión Stanislavski, sin duda-, es una pésima elección dentro de un reparto excelente.  Del resto prefiero no hablar, a pesar del esfuerzo que hacen algunos buenos guionistas para que su trabajo resulte digno: está claro que los de cuello blanco no les dejan. También me gustó mucho el trabajo de Eduard Fernández interpretando a Felipe II en La Princesa de Éboli.

 

jueves, 24 de marzo de 2011

ALQUIBLA EN RTVE A LA CARTA

Buen ejemplo de empresa pública de comunicación que abre todo su archivo de series y programas para que la gente lo disfrute cuando quiera. RTVE acaba de ampliar su servicio de video a la carta. En él están disponibles los 26 capítulos de ALQUIBLA. Una maravilla. Dejo aquí el enlace: ver


jueves, 24 de febrero de 2011

AIRES DE LIBERTAD


El ansia de libertad que recorre el mundo árabe es imparable. Primero Ben Alí en Túnez, luego Mubarak en Egipto, ahora Gadafi…  Ojalá la caída de estos dictadores traiga la democracia laica a sus respectivos países. Su gente se lo merece. Debemos apoyar el cambio, es nuestra obligación de demócratas.
Y cada país encontrará su camino, hará su propia transición. Habrá enormes dificultades, zancadillas, presiones de todo tipo. Pero también diálogo, acuerdos, urnas, votos, nuevos parlamentos, nuevas leyes, nuevas constituciones. Habrá esperanza. Pero, sobre todo, habrá LIBERTAD.
Que la presión de la calle, bastante pacífica, ordenada, espontánea, haya hecho caer a un personaje con el poder de Mubarak (un militar, no lo olvidemos) es increíble: ¿quién lo hubiera pensado hace tan solo un par de meses? No, desde luego, los servicios de inteligencia. Tampoco el más atrevido de los analistas (supuestamente) especialistas en la zona. La pregunta es: ¿los hechos relevantes que cambian el mundo, como la caída del muro de Berlín y las dictaduras comunistas del este de Europa, suceden espontáneamente? O, al contrario, ¿no será que esa espontaneidad es solo aparente?
Las cosas no pasan porque sí. Se nos olvida con frecuencia que la gente tiene los mismos anhelos en todas partes. También, como sucedía en España, que las sociedades van siempre muy por delante de las dictaduras que las machacan.
Porque el hartazgo ante la pobreza y la falta de salidas personales de la inmensa mayoría de la población, la asfixia económica, la represión sistemática y brutal de cualquier indicio de crítica o expresión de malestar popular, la corrupción de la casta dirigente y el abuso de poder, y en definitiva la falta de libertad y los mínimos resortes de control democrático de las actividades políticas y civiles, hacen reventar la infinita paciencia de la gente. Gente que ve que una parte del mundo va en una dirección mientras ellos siguen décadas y décadas estancados, empobrecidos y esquilmados por unas élites depredadoras que se aferran al poder y se despegan de la realidad.
Un mundo globalizado tiene algunos inconvenientes, pero tiene también infinidad de ventajas. Desde que el uso de parabólicas se hizo masivo, la televisión ha tenido una influencia notable sobre las poblaciones del mal llamado tercer mundo a la hora de tomar conciencia de las mentiras y engaños de los regímenes que las gobernaban. Y por el sencillo mecanismo de hacer comparaciones: ¿por qué estos países tienen ese nivel de vida y nosotros no?, ¿por qué se pueden expresar libremente y nosotros no? (Hace veinte años, cuando rodábamos ALQUIBLA, muchos, muchísimos egipcios ya nos manifestaban -en privado, claro está, el temor a represalias era tremendo- su profundo hartazgo por el retraso de Egipto y la falta de libertad).  El turismo –Túnez y Egipto son grandes destinos- también ha tenido que ver con lo ocurrido: el contacto con visitantes contamina para bien a la gente. Y, más recientemente, la telefonía móvil, Internet y el uso de las redes sociales (a pesar de cierta complicidad censora de algunas multinacionales con determinadas dictaduras).
Una última reflexión: ¿qué les preocupa tanto a los políticos europeos que no apoyan con determinación los cambios democráticos en todo el Magreb? En el caso de Libia, ¿es que tal vez ahora se avergüerzan de haberle reído las gracias al 'amigo' que ahora bombardea a su población?