jueves, 24 de febrero de 2011

AIRES DE LIBERTAD


El ansia de libertad que recorre el mundo árabe es imparable. Primero Ben Alí en Túnez, luego Mubarak en Egipto, ahora Gadafi…  Ojalá la caída de estos dictadores traiga la democracia laica a sus respectivos países. Su gente se lo merece. Debemos apoyar el cambio, es nuestra obligación de demócratas.
Y cada país encontrará su camino, hará su propia transición. Habrá enormes dificultades, zancadillas, presiones de todo tipo. Pero también diálogo, acuerdos, urnas, votos, nuevos parlamentos, nuevas leyes, nuevas constituciones. Habrá esperanza. Pero, sobre todo, habrá LIBERTAD.
Que la presión de la calle, bastante pacífica, ordenada, espontánea, haya hecho caer a un personaje con el poder de Mubarak (un militar, no lo olvidemos) es increíble: ¿quién lo hubiera pensado hace tan solo un par de meses? No, desde luego, los servicios de inteligencia. Tampoco el más atrevido de los analistas (supuestamente) especialistas en la zona. La pregunta es: ¿los hechos relevantes que cambian el mundo, como la caída del muro de Berlín y las dictaduras comunistas del este de Europa, suceden espontáneamente? O, al contrario, ¿no será que esa espontaneidad es solo aparente?
Las cosas no pasan porque sí. Se nos olvida con frecuencia que la gente tiene los mismos anhelos en todas partes. También, como sucedía en España, que las sociedades van siempre muy por delante de las dictaduras que las machacan.
Porque el hartazgo ante la pobreza y la falta de salidas personales de la inmensa mayoría de la población, la asfixia económica, la represión sistemática y brutal de cualquier indicio de crítica o expresión de malestar popular, la corrupción de la casta dirigente y el abuso de poder, y en definitiva la falta de libertad y los mínimos resortes de control democrático de las actividades políticas y civiles, hacen reventar la infinita paciencia de la gente. Gente que ve que una parte del mundo va en una dirección mientras ellos siguen décadas y décadas estancados, empobrecidos y esquilmados por unas élites depredadoras que se aferran al poder y se despegan de la realidad.
Un mundo globalizado tiene algunos inconvenientes, pero tiene también infinidad de ventajas. Desde que el uso de parabólicas se hizo masivo, la televisión ha tenido una influencia notable sobre las poblaciones del mal llamado tercer mundo a la hora de tomar conciencia de las mentiras y engaños de los regímenes que las gobernaban. Y por el sencillo mecanismo de hacer comparaciones: ¿por qué estos países tienen ese nivel de vida y nosotros no?, ¿por qué se pueden expresar libremente y nosotros no? (Hace veinte años, cuando rodábamos ALQUIBLA, muchos, muchísimos egipcios ya nos manifestaban -en privado, claro está, el temor a represalias era tremendo- su profundo hartazgo por el retraso de Egipto y la falta de libertad).  El turismo –Túnez y Egipto son grandes destinos- también ha tenido que ver con lo ocurrido: el contacto con visitantes contamina para bien a la gente. Y, más recientemente, la telefonía móvil, Internet y el uso de las redes sociales (a pesar de cierta complicidad censora de algunas multinacionales con determinadas dictaduras).
Una última reflexión: ¿qué les preocupa tanto a los políticos europeos que no apoyan con determinación los cambios democráticos en todo el Magreb? En el caso de Libia, ¿es que tal vez ahora se avergüerzan de haberle reído las gracias al 'amigo' que ahora bombardea a su población?

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